viernes, septiembre 22, 2023
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Existe la comida vegetariana más allá de la moda.

Es innegable que la alimentación vegetariana, flexitariana o el estilo de vida vegano están en auge y, como no podía ser de otra manera, con ello llega la polémica, vienen los extremos y manda la monetización.

Dejando de lado la polémica y los extremos, muchas veces tengo la sensación de que ser vegetariano, vegano o cualquier tipo de variante, quiere decir comer recetas modernas, productos ultraprocesados con etiquetas «cool» o poner cara de asco ante cualquier cosa de procedencia animal – aunque aquí entraríamos en el mundo del extremismo , así que nos volvemos a salir -. Bye.

Parece que el vegetarianismo se ha «inventado» ahora. Como siempre, la monetización de cualquier tema de actualidad consigue mandar y guiar a las masas con mucha más eficacia que cualquier otra cosa. Cuando se dice que el dinero mueve el mundo, nos incluye a todos, queramos o no. Y no hay excepción alguna.

Será cosa mía, pero la impresión que tengo es que, cuando escucho o leo a gente hablando del tema, no veo a casi nadie hablando de potajes. Y pongo el ejemplo del potaje porque me parece un maravilloso ejemplo de comida tradicional, rica y sana que puede ser vegana. Porque, efectivamente, hace 40 años, también se podía seguir una dieta vegetariana. En España no tendríamos acceso a tantos productos especializados – o a ninguno – como ahora, ni a recetas modernas con productos exóticos, ni a internet lleno de textos dispuestos a reafirmar tu autoestima y tu decisión siempre que haga falta. No. ¿Pero sabéis qué? Se podía no comer carne y llevar una dieta sana.

Es más, se podía vivir sin comer carne y sin gritarlo a los cuatro vientos. Doy fe de ello.

Aunque a much@s les parezca mentira, no es necesario «presumir» de no comer carne, ni presentarse como miembro de la nueva y avanzada minoría que resiste contra la mayoría opresora. Es más, me atrevería – y me atrevo – a decir que no es ni necesario decirlo.

Es cierto que al final se oye más a una minoría que hace ruido que a una mayoría silenciosa, y quizás este sea el caso dentro de este miniuniverso que se ha creado alrededor de una cosa tan sencilla como ser vegetariano, vegano o lo que buenamente se quiera ser. No lo sé. Lo que si que tengo claro es que se está consiguiendo desvincular de la normalidad el hecho de no comer carne. De una normalidad de la que nunca se debió alejar, sino que que se debería haber acercado mucho más.

En mi modesta y seguramente torpe opinión, todo este marketing ha conseguido, entre otras cosas que podríamos debatir durante horas, que muchos restaurantes vean el «menú vegetariano» como algo extraño, con productos raros, casi inalcanzable y que da miedo. Miedo a equivocarse y a ofender. Lo cual, ojo, no quita la ineptitud, caradura y falta de respeto de muchos locales. Pero eso es cosa suya, yo estoy hablando exclusivamente de la parte que nos toca.

¿Y qué quiero decir con esto? Que dejando de lado a los caraduras, ese miedo – que a su vez puede llevar al «pues ahora te jodes», junto con el desconocimiento, dan pie a menús veganos tal que así: Entrante – 2 hojas de lechuga con guarnición de pepinillo en rodajas. Primer plato – Vasito de gazpacho con palitos de pan. – Segundo plato – Dos rodajas de calabacín con sal.

Lo fácil es echar la culpa a «los otros», pero, ¿y si tuviéramos algo que ver en todo esto?. ¿Estamos haciendo las cosas bien? ¿Estamos dando la imagen adecuada? ¿Estamos simplemente actuando como personas que no comen animales, en el caso de los vegetarianos, o estamos dando la imagen de que somos «NOSOTROS LOS VEGETARIANOS»?. Que no es lo mismo. Etimológicamente puede que si, pero no en la práctica. Principalmente por el marketing que mencionaba antes. Ese que utiliza el «divide y vencerás» convirtiéndolo en «divide y venderás».

No se trata de ofenderse constantemente. No se trata de hacer que los demás se sientan culpables de algo que no debería ni relacionarse con la culpabilidad. No se trata, tampoco, de crear preocupaciones ni a tu alrededor ni a uno mismo. No se trata de estar dentro del «colectivo». Se trata de alimentarse y vivir a gusto.

En definitiva, a lo mejor nos falta hacer más caso a esa frase que habremos escuchado a muchos de nuestros abuelos y abuelas: Come y calla.

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